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Mi hijo es conflictivo, pero no es malo

¡No lo entiendo!

Es la frase con la que entran la mayoría de estos padres a la consulta. “Mi hijo no para quieto, es muy impulsivo, desobedece, es incapaz de seguir las normas en el colegio y en casa y no podemos parar ni un segundo a su lado, no tenemos paz”. Añaden rápidamente: “pero no es malo, realmente es un cielo y tiene muy buen fondo, solo que… no puede parar”

Este caso, el de M, es el que me llevó a querer escribir una entrada al respecto de este tipo de sintomatología. Ahora que M está mejor y que la familia sabe exactamente lo que le pasaba, me animan con fuerza a dar a conocer que esto existe y que tiene solución gracias al Neurofeedback con una buena dosis de paciencia y otra de perseverancia.

Lo primero que siempre hago en la consulta no importa el motivo por el que haya venido el paciente o la familia, es hacer un cuestionario para valorar que opciones tenemos a la hora de intervenir, que pruebas diagnósticas son necesarias y con los resultados en la mano, empezar a trabajar en la dirección correcta.

En el cuestionario hay algunos síntomas que levantan la alarma de que estamos ante un caso como el de M:

  • Niños y niñas muy impulsivos, hiperactivos y que no controlan lo que hacen. Esto deriva en expulsiones del colegio, castigos, reprimendas y en algunos casos, problemas de interacción con sus amigos.

  • Suelen tardar en quedarse dormidos o caen “en coma” como si se desenchufaran, o una cosa u otra.

  • Son inconscientes de cuando están cometiendo un error y no pueden evitarlo.

  • En muchos casos puede haber sintomatología neurovegetativa de predominio simpático: piel atópica, dermatitis, hipersensibilidad en algunos sentidos como el olfato o el oído, alergias, asma, intolerancias alimentarias, ritmo cardíaco acelerado, respiración acelerada, tono muscular aumentado, problemas propioceptivos…

  • Esto suele haber empezado mucho antes de la edad escolar pero no han relacionado los síntomas y tampoco frenarlos.

Después de ver que muchos de estos indicios aparecían en su hijo desde muy temprana edad, el siguiente paso fue hacer la prueba que nos aportaría la información que nos faltaba: cómo se comportaba su cerebro estando lo más relajado posible, un mapeo cerebral o QEEG.

Después de realizar la grabación y de obtener los resultados pudimos comprobar que, efectivamente, había una sobreactivación muy evidente en áreas del cerebro donde pocas terapias podían llegar. En este caso las terapias de neurodesarrollo como son las auditivas o las que atendían a Reflejos Primarios sin inhibir, servían de poco o nada y a la psicología le sería imposible acceder, así que nos decidimos, como en todos estos casos, a aplicar neurofeedback y biofeedback para tratar de conducir su actividad neural a un estado de reposo más tranquilo y menos acelerado.

Dos días a la semana M venía a consulta y se sentaba a ver películas que solo se ponían cuando su cerebro tendía a regularse. Yo en mi pantalla veía su ansiedad y aceleración hacerse evidente y sus ondas cerebrales “saltaban” como locas en la pantalla, pero cada día iban disminuyendo un poco. Su cuerpo en la silla no paraba de moverse, sobretodo las piernas y todas las técnicas de relajación del mundo no parecían hacer efecto, solo el neurofeedback. El entrenamiento guiado de áreas del cerebro analizadas mediante mapas. Esta especie de gimnasio mental donde queremos regular la conducta paso a paso.

Pasó el primer mes.

La madre preocupada me dijo: “Marina, no notamos nada, ¿seguro que estamos haciendo lo correcto?, ¿no podemos hacer más en casa?” y lo único que podía responderle era: “paciencia, aún es pronto”

Pasó el segundo mes

“Marina, aun no notamos nada, estamos empezando a preocuparnos, tu nos dices que en la pantalla su cerebro parece relajarse pero sigue igual, se mueve mucho y se muestra muy inquieto, sigue teniendo problemas en el cole y los profesores están preocupados”. A esto le respondí: “diles que de nada sirve el condicionamiento, los premios y castigos hasta que su cerebro aprenda a calmarse, ya te dije que era difícil, pero poco a poco está teniendo éxito, lo está haciendo muy bien, dadle vuestro apoyo y confianza, falta poco para que empiece a verse…”

Y llegó el tercer mes

Al principio parecía cansado, como agotado. Dejó de ir tan deprisa de un lado al otro. Parecía desinflado y los padres estaban preocupados; “va a coger una gripe, hoy ha venido callado en el metro, pensativo y parece como si todo le costara esfuerzo, hasta andar, va a medio gas…” y en ese momento sonreí: “no, lo que le pasa es otra cosa”, me miraron sorprendidos por mi respuesta. “Lo que le pasa es la Calma”

A partir de entonces todo empezó a mejorar, cada día había más detalles que mostraban que estaba mejor: podía esperar en las colas del mercado, ya podían ir con él en el metro de forma pausada, el entorno no le alborotaba, parecía detenerse y pensar, sus reacciones no eran las habituales y ni el mismo se reconocía.

Hace poco, hablando con la madre y con el padre por separado ambos me confirmaron más o menos con las mismas palabras: “Es un milagro, por fin conocemos la paz”

Y es entonces cuando decidí que iba a escribir esta entrada. Por su fe, por el trabajo de M y el que aún nos queda por delante y por todos los niños y niñas que necesitan ayuda y sus padres no saben qué hacer. Porque nadie parece saber lo que les pasa a sus hijos y se sienten solos e incomprendidos. Porque solamente ellos saben lo difícil que es estar en esta situación.

No es fácil. No hay recetas milagrosas. No sirve la fe, pero si la ciencia.

Para mí, como profesional que ayuda a personas con dificultades es maravilloso llegar a este momento que relato, me llena de dicha compartida con la familia y también quería compartirla con vosotros.

Dedicado a M.


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